13 de julio de 2016

[Cuento] Perro Nocturno


Por: Arki

Quizás desde pequeño supe (sin entenderlo a cabalidad) que tengo cierta facilidad para entablar amistad con los perros de mi ciudad.
La mayoría de los encuentros son fáciles y memorables, pero determinados encuentros con extraños deben tratarse con cierta cautela, porque no se sabe cómo puede reaccionar cada canino con nuestro carácter y emociones del momento.
Como por ejemplo la ocasión en que la señora de la tienda, sin razón aparente, no tenía cervezas ese preciso día. Al pasar del umbral estaba un perro de raza indefinida al que me acerqué sin cautela para tocarle la cabeza con mi brazo extendido, a lo cual, él lanzo una mirada desconfiada, seguida de un gruñido sordo, al mismo tiempo que se alejaba de mí.
Naturalmente, esto confirmó, que mi rabia era muy evidente y terminó de acentuar en mi, el desasosiego y la resignación.
Ejemplos así hay muchos a lo largo de mi vida.
No podemos, sin embargo, tipificar esta actitud.
Hay perros que acceden de manera inmediata al contacto físico, doblando hacia atrás sus orejas y mirándote con ojos vidriosos y profundos.
Otros simplemente te ignoran dado que andan en otros afanes y lo menos que quieren, es a alguien que los interrumpa.
Los más peligrosos son los que no te conocen y cuidan algo que solo ellos saben que es y tú no tienes derecho siquiera a acercarte. Si ignoras esta última regla, lanzaran una advertencia con sus dientes incisivos delanteros. Advertencia que de ser ignorada puede desembocar en una agresión ladrística incomoda y a veces violenta.
Como decía antes, estos casos no se pueden tipificar dado que cada perro tiene un carácter diferente.
El de aquella noche era un caso que nunca había visto.
Trate de adivinar como era mientras caminaba, viéndolo por encima de mi hombro, pero era una mezcla de varios tipos de carácter, lo que era algo totalmente desconocido para mí.
Talvez por esa falta de experiencia y por mi avanzado estado de embriaguez, decidí tratar de entablar amistad con aquel animal que me seguía sin tregua desde hace como dos o nueve cuadras, haciendo uso de todas las técnicas que empíricamente había ido aprendiendo.
Comencé con detenerme en seco. Él no se inmutó. Me voltee y me fui acercando cada vez más hasta que me di cuenta que era negro y despeinado, como los que suelen frecuentar los botaderos a cielo abierto y los contenedores de basura de las pastelerías.
Sus ojos café brillante, Apenas titilaban en la oscuridad, su cola, moviéndose de un lado al otro, indicaba que estaba alerta de mis movimientos.
En un momento de flaqueza, me asusté, temí por mi integridad y opté por fingir tomar una piedra y amenazarlo con mi mano vacía. Él no Movió ni un pelo.
Avergonzado, abandoné mi fingida única ventaja y decidí extender mi mano para ver su reacción, dada mi experiencia con el canino de la tienda. Pero este no gruñó, ni se fue, ni me ladró.
Entonces me acerqué más y más y más. Y me di cuenta que el perro al que quería alcanzar era solo la sombra de un perro que me seguía y que ya no estaba visible. Me agaché de todos modos, toqué su sombra y mordió la palma de mi mano con una rugosidad asfáltica. Vi que su cola se movía indicando que estaba dispuesto a aceptar mis caricias en su mentón y espalda. Dialogué con él brevemente algo que ya no recuerdo. Me levanté y seguí caminando a mi destino sin ver ya hacia atrás. Solo escuchando el eco de sus uñas en la calle desierta, olorosa y oscura como boca de cadejo.
Decidí ponerle nombre, para saludarlo cuando lo veo, pero por alguna razón no encuentro nombre que lo describa que no sea muy largo como: impávido, Valiente o Sereno o bravo o indomable. Los cuales son adjetivos perfectos para él, pero no son nombres.
Siempre pienso en él. Sé que anda por ahí deambulando con su cola inquieta, buscando algo en la oscuridad de la ciudad, Interesándose en lo que él quiera interesarse hasta que volvamos a encontrarnos y nos saludemos callados cuando él quiera.

2016