Por: Lesther Brenes Salazar
Viaje en bus a Ilopango
y vea al obrero sortearse la vida en la ultima 29A,
un día más viejo,
un día más endeudado,
algo cansado pero agradecido
con la vida por no ensañarse con él o con ella
y por tampoco abandonarle en un litografiado paraje
o en una intrincada frontera imaginaria,
A él o ella
quien trabaja en una instancia gubernamental,
atendiendo de mal modo a quien compra las pupusas cada domingo por la tarde
con el dinero de los impuestos de la tortillera y el albañil.
Vea cruzar la calle a las siluetas con sueldo infímo,
con miles de dudas existenciales
y quince años de levantarse a las cinco de la mañana
para limpiar casas en los residenciales,
cada día de lunes a sábado,
despertar a las cinco de la mañana
para subir a un bus y sostenerse la quijada,
en un trayecto donde nada cambia
y a las seis de la tarde volver al hogar con subsidios de interés social
en alguna zona marginal
donde el agua llega como las buenas noticias,
una vez por mes..
Aquí las motos son emisarias de la desventura,
y estallan los sueños a los extranjeros en tierra propia,
como si fuera insuficiente el golgota cotidiano,
añadale la violencia de la fábula de Caín y Abel
multiplicado por veinte sucesos
cada día según los diarios.